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COVID19: el operativo vacunación en primera persona

¿Qué es lo que pasa cuando, después de más de un año de incertidumbre, lecturas políticas y biologicistas por montones, teorías conspirativas, y acalorados debates científicos, llega la hora de recibir la dosis de la vacuna contra el Covid-19?. Esta fue mi experiencia, ayer, en el Hospital Municipal de Olavarría,

Por Federico Colmenero                     

Para estas alturas, después de un año tan singular, parece difícil decir algo nuevo sobre todo lo que paso, aunque, de alguna manera, todo se corresponde con algo nuevo. La incertidumbre fue moneda corriente, una cuestión diaria: al principio sobre la naturaleza de la pandemia, después sobre le efectividad y las implicancias de los protocolos impuestos desde el poder, luego llegó el turno de la vacuna: nadie sabía a ciencia cierta qué era, qué hacía, de donde venía. Poco tiempo pasó hasta que se instaló el debate: “¿Usted se daría la vacuna rusa?”. Después ya no se trataba sólo de la rusa: había una china y otra inglesa y mucha controversia sobre cuál de todas sería las más efectiva.

Tranquilo, sin nervios -por lo menos al principio- fue que ayer llegué a la cola del vacunatorio. Como docente, me habían notificado por el turno virtual el día anterior y me correspondía vacunarme en el Hospital Municipal. Salí de la redacción y media hora antes ya estaba ahí. Lo primero que vi fue una cola interminable. No se trataba de un trámite sencillo.

Me sumé a la fila junto con el resto de los candidatos a poner el brazo para el pinchazo, a pleno rayo del sol, y enseguida empezó el dialogo, la típica conversación de la gente que espera. Todos comentábamos lo fuerte que estaba el sol y lo insoportable del calor. Absolutamente todos éramos docentes -algunos de nivel inicial, otros de nivel secundario-, y por más que todos estábamos ahí por lo mismo, la vacuna parecía ser tema tabú; nadie la nombraba ni hablaba de eso.

La espera fue larga y calurosa, y fue en esa espera, cuando ya se acabaron los temas inocuos, que alguien por fin nombró la vacuna. “¿Alguien sabe qué vacuna nos van a poner?”. Nadie dudo de lo que se trataba. La mujer –que había dicho ser preceptora de nivel secundario- preguntaba con qué droga nos iban a inocular. Algunos decían que iba a ser la rusa, por el cargamento que arribó el lunes, otros decían que se trataba de la china.

Al final no fue ni la rusa ni la china, nos tocó la india. Fue imposible no notar, una vez adentro, cuando la enfermera nos lo aclaró, un dejo de frustración general: por alguna razón la mayoría de la gente en la cola había afirmado preferir recibir la dosis rusa.

Fue en ese momento en que la controversia en la que tanto se habló desde un principio surtió efecto en mí. Cuando ya estábamos ante la puerta con sólo dos personas antes que yo me puse nervioso. Tantos meses de sugestión no eran gratis. Mire a la mujer que estaba adelante mío y con la que ya había hablado -una maestra de nivel inicial- y le pregunté si estaba nerviosa. “Ahora sí”, dijo sonriendo. Se notaba que no mentía. Cuando entramos nos tomaron los datos y nos hicieron esperar. Después nos hicieron pasar individualmente a otro cuarto y volvieron a tomarnos los datos y a llenar más planillas. Para ese momento cada oveja había sido separada del rebaño.

El último tramo de la espera fue en uno de los pasillos del hospital. Ya casi nadie hablaba. Una enfermera avisaba a cada uno de los pacientes cuándo le tocaba entrar al consultorio para ser vacunado. Respiré hondo, pensé en cuando había sido la última vez que me había dado una vacuna y no lo recordé. La enfermera me dijo que pasara y me sentó en una silla. Mientras la vacunadora preparaba los materiales me explicó algunas cuestiones básicas. Que la Covishield era producida por un instituto de la India en colaboración con la Universidad de Oxford y AstraZeneca, que la droga teóricamente induce una respuesta inmune a nivel celular que estimula la producción de anticuerpos que neutralizan la infección causada por el nuevo coronavirus SARSCoV-2, que era posible experimentar ciertos efectos adversos como dolor, picazón, pérdida de apetito, fiebre, dolor de cabeza, escalofríos, dolor muscular, cansancio, dolor de las articulaciones, sudoración, entre otras cosas. Muchas cosas son las que pueden surgir en los dos días posteriores a la inoculación. Ahí uno -o por lo menos yo- siempre caigo en el mismo pensamiento: pensar en la gran cantidad de personas que se la dieron. Solamente en la jornada de ese martes habían vacunado alrededor de 200 personas antes que yo.

Cuando la enfermera me levantó la remera le pregunté si podía sacarme una foto. Ella, gentil, me dijo que por supuesto, que todos ellos -el personal de salud- habían hecho lo mismo. “Todos tenemos nuestra foto con la vacunación”, dijo orgullosa. Casi al instante vino el pinchazo que apenas sentí. No hubo nada de dolor y fue cosa de segundos. Después de tanta espera casi sorprendía que todo terminara tan rápido. La enfermera me sacó una última foto con el certificado y me saludó con toda la gentileza, aún después de haber estado todo el día atendiendo gente.

Afuera me guiaron hasta un reservado y me hicieron sentar. También estaban ahí las personas que habían pasado antes que yo. Otra enfermera anotó mi nombre y la hora en que tomé asiento: tenia, junto con los demás, que esperar los 15 minutos protocolares exigidos después de recibir la dosis.  Es en ese momento en donde se intenta asegurar si hay algún efecto adverso inmediato.

Ya para ese entonces la vacuna no era tabú: al contrario, ahora todos hablaban sólo de eso, si había dolido, si no había dolido, que tal tenía una conocida que le pegó mal, que otro tenía un colega que le pegó bien. Todos parecían contentos, como si estuvieran relajados de haberse sacado eso de encima. Cuando volvía mi vecino me preguntó si volvía del trabajo y yo le dije que no, que volvía de vacunarme. “¿Cómo fue, te dolió?”. Exactamente la misma pregunta me hizo mi familia cuando entre a mi casa. No sé hasta qué punto la experiencia pueda significar algo nuevo o novedoso, pero desde ayer la pregunta se ha repetido muchas veces, mientras espero, aproximadamente 12 horas después del pinchazo, con la misma incertidumbre que caracterizó a todo este último tiempo, ver de qué manera mi organismo responde a la droga.

 

 

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