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Ollas Populares: “Quiero que mis hijos sean felices y salgan adelante”

Es el deseo de Laura y el de las mujeres que alrededor de una olla popular contaron sus experiencias al frente de merenderos y comedores barriales de Olavarría. En la semana que se conocieron datos alarmantes sobre la pobreza infantil en Argentina, en Olavarría se expuso la situación de muchas familias que no pueden garantizar un plato de comida en sus mesas. 

Yesica Guevara

@yesicaguevara29

 

El Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina presentó durante la tarde del viernes el informe "Infancias. Progresos y retrocesos en clave de desigualdad". Los datos son preocupantes: el 51,7% de las niñas, niños y adolescentes son pobres en Argentina. Un 35% asisten a comedores. Y, el 13% pasó hambre durante 2018.

 

¿Qué hay detrás de estos números? Historias, barrios y organización para afrontar el hambre. Hombres y mujeres –sobre todo mujeres- organizadas para poder alimentar a los suyos. Algunas de esas historias las conocimos durante una jornada nacional de ollas populares que tuvo su réplica local en la sede de la organización Tierra, Techo y Trabajo.

 

María Boado es una vecina del barrio Isaura. En su casa funciona un merendero los días viernes y colabora con un comedor que funciona en una vivienda del barrio Matadero. Hace tres meses empezaron con los dos proyectos.

 

 

Fue clara respecto a la idea inicial: “Surgió por la necesidad que se ve en el barrio, nosotros mismos hay veces que podemos comer y otras veces no”. Así, como al pasar, dijo la frase que fue compartida por el resto de las mujeres. A veces, simplemente no hay.

 

Alrededor del círculo improvisado para la nota, los chicos corren. Juegan a la mancha o a las escondidas. Esa noche, por suerte, no hace tanto frío. Y la comida se puede esperar en la vereda.

 

María trabajaba en un geriátrico y aseguró que “no sabía lo que era no tener para comer”. Contó que por una situación de maltrato laboral debió renunciar y “me sumé al grupo de las chicas del barrio y ahí empecé. Somos vecinas, amigas, hemos ido a la escuela juntas”.

 

 

Al merendero y al comedor asisten principalmente niños y ancianos. También “hay familias que mandan a los nenes con un tupper porque no se animan a sumarse. Es por vergüenza. Yo también tuve vergüenza, pero bueno me fui acostumbrando”.

 

Cuando se termina el alimento para poner adentro de la olla, María sale a pedir colaboración a verdulerías, pollerías y panaderías.

 

 

“Para una persona que tiene es difícil de entender esto, y capaz la tira. Nosotras reciclamos la comida”. La que habla ahora es Laura Muñoz, tiene 25 años y dos hijos que abriga mientras habla.

 

“Al principio fue difícil salir a pedir donaciones, pero nos fuimos acostumbrando a conseguir las cosas para tener siempre un plato de comida para los chicos”, señaló.

 

Laura contó que algunos chicos del barrio comen durante la semana en el comedor de la Escuela N° 22 o en el Jardín Belén “pero los sábados y domingos no está abierto, entonces nosotros abrimos porque mucha gente lo necesita”.

 

Lo único que quiero es que mis hijos sean felices y salgan adelante. Que tengan un plato de comida a la noche, señaló Laura. 

 

 

Rocío Boado es la prima de María. Tiene 18 años y vive en el barrio Belén. Hace apenas dos meses decidieron con un grupo de mujeres trabajar en conjunto para sobrellevar la crisis tanto para sus familias como para el resto de los vecinos.

 

“Lo que hacemos nosotras es para los nenes, para que ellos estén contentos con su plato de comida, con su taza de leche”, indicó.

 

Para Rocío, la realidad no se encuentra en cifras, planillas de Excel o cuadros comparativos. Para Rocío “la pobreza se está notando cada vez más. Los nenes se acuestan con una taza de leche y un pedazo de pan. Esa es la verdad, esa es la realidad”.

 

 

El merendero y comedor surgió para “los nenes” del barrio “que está muy alejado y nadie visita”. Contó que reciben donaciones pero no siempre alcanza: “Primero comen los nenes, si sobra comemos nosotras”.

 

Rocío también tiene un deseo: “yo no tengo hijos pero me encantan los nenes y quiero que se sientan felices y que se eduquen lo mejor que puedan”.

 

Las estadísticas sobre la pobreza se debaten en la escena pública. Los números sobrevuelan, se cuestionan, se arrojan de partido a partido. Mientras, en los barrios alejados del centro de la ciudad, pibas y pibes crecen con la desigualdad tatuada en la piel.

 

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