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La historia de un incendio: cuándo la ayuda no alcanza

¿Qué hay detrás de un incendio cuándo las llamas se apagan? ¿Qué queda? ¿Cómo transitan las víctimas el largo después de reconstrucción? ¿Quién escucha, sostiene, rearma a esas familias fragmentadas? La historia de Adriana, tres meses después del incendio que le cambió la vida.

Fotos: Andrés Arouxet
Fotos: Andrés Arouxet
Fotos: Andrés Arouxet
Fotos: Andrés Arouxet
Fotos: Andrés Arouxet
Fotos: Andrés Arouxet

Yesica Guevara

@yesicaguevara29

 

El 13 de febrero Adriana Pizzano de 33 años perdió todo en el incendio de su vivienda ubicada en Juan XXIII y calle 17, en el barrio Trabajadores. Entrar en su casa es recorrer con la mirada diferentes capas de existencia. Huellas que emergen tras el fuego que se llevó casi todo y transformó lo poco que quedó.

 

Paredes desnudas con el cemento a la vista. Restos de una pintura verde agua bien clarita mezclada con partes de antióxido. Una heladera que guarda los rastros de una foto en la que se ve a una nena con un vestido amarillo brillante.

 

Adriana nos recibió con las manos tiznadas. Estaba acompañada por su hijo más pequeño que nació semanas después del incendio. “Vengo a abrir la casa y a tratar de limpiar”, dijo. Su nene, en un cochecito rojo, la sigue con la mirada. Después llegarían a la casa sus otros niños, el de 5 y el de 8. El más grande, el de 14, va a la Escuela Técnica y regresa pasadas las 6 de la tarde.

 

 

El olor luego de un incendio es particular: mezcla de humo, de cosa chamuscada y soledad. El día del incendio comienza para Adriana la noche anterior.

 

Esa misma noche mi hijo de 14 años había armado la cuna. Tengo la foto todavía. La había armado al lado de su cama porque él quería que su hermanito duerma ahí. Esa misma noche habíamos terminado de pintar todo. Me quedaron las fotos”, aseguró Adriana con la voz ahogada.

 

 

Las fotos la muestran a ella con una panza enorme, rasqueteando la pared, subida a una banqueta. Su hijo mayor y una amiga la ayudaron.

 

Del día siguiente recordó el humo. Mucho humo. “Y la desesperación. Llamé a los bomberos pero ya no se podía salvar nada. Rompieron la puerta pero no la cambié porque me colocaron mal la ventana y tengo miedo de que pongan mal la puerta”.

 

El incendio comenzó en la habitación de los chicos. “Esa parte de la casa la tuvimos que derrumbar. Mi nene de 5 años, prendió fuego arriba del somier, cuando abrimos la puerta ya había agarrado todo”.

 

 

De ahí en más, todo siguió cuesta arriba. “No tengo luz, no tengo agua, no tengo gas”, señaló. “Ya tiraron abajo una habitación y hay que hacer dos llaves por acá para que no haga juego y las paredes no se caigan”, agregó.

 

Recordó ese momento con tristeza:Fue muy feo, venía embarazada a trabajar. Toda esa pared (señala una pared del fondo de la vivienda) la lavé con la hidro. Dos o tres amigas me ayudaron, las vecinas también”.

 

Romeo nació a las pocas semanas, el 6 de marzo.

 

 

 

Volver a casa: la reconstrucción

 

“Quiero volver a mi casa”, aseguró Adriana. “Mis hijos me preguntan cuándo vamos a volver. Yo quiero estar tranquila con ellos, sentarme a la mesa aunque sea a comer fideos hervidos, pero con ellos”.

 

Adriana nos guió por los pasillos oscuros y con olor a quemado. Colchones, un sillón viejo, bolsas de cemento, cajas y más cajas. El techo sobre nosotros en algunas partes deja ver el cielo.

 

 

“En el municipio me dijeron que me daban el material por etapas. Me dieron una ventana, una puerta, cemento, cal, arena fina y gruesa. También chapas, tirantes y la madera salada. Me dieron mercadería”. Esos materiales los fue a buscar en colectivo al corralón, con su bebé en brazos. Gracias a una colecta que realizaron distintas instituciones pudo pagar los fletes para transportarlos a su casa.

 

“Ahora me falta la mano de obra. Yo intento hacer algo pero no sé. Hay que levantar paredes y techar. Recién ahí me van a dar el calefón, el tanque de agua, las cosas del baño. Me faltan tres puertas placas y de la cocina me tengo que hacer cargo yo. También hay que volver a reconectar el gas”, detalló. 

 

 

“Pasaron tres meses y lo que me produce volver a casa es tristeza. Mucha tristeza” afirmó. Y como un susurro repitió hasta el cansancio: “quiero volver a mi casa, ya no aguanto más”.

 

 Es como hacer la casa de cero. Tengo las ventanas sin vidrios. Lo que ellos no me dan, lo tengo que poner yo, y yo no sé.

 

 

El invierno está a la vuelta de la esquina y Adriana lo sabe. Agradeció la ayuda de sus vecinas, de la comunidad escolar a la que concurren sus hijos. Pero sola no puede reconstruir su casa.

 

Instintivamente agarró el cochecito de su hijo. Lo meció. Sus otros hijos llegan corriendo. La heladera que estaba en el patio, se transformó en un escondite. “Dios quiera que me den una mano”, dijo. Cuando las palabras de los encargados de dar respuesta no alcanzan, los dioses son la única esperanza.

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