Gustavo Gil, sobreviviente del Belgrano: “ni yo logro imaginarme lo que vivieron los que quedaron adentro después de las explosiones” | Infoeme
Jueves 02 de Mayo 2024 - 11:05hs
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Olavarría

Gustavo Gil, sobreviviente del Belgrano: “ni yo logro imaginarme lo que vivieron los que quedaron adentro después de las explosiones”

Walter Minor / Especial para infoeme.com

Gustavo Roberto Gil es, junto a Sergio Violante, Ismael Robert y Walter Bahl uno de los cuatro olavarrienses que 2 de mayo de 1982 estaban a bordo del Crucero A.R.A. General Belgrano, cuando la embarcación fue alcanzada por torpedos ingleses y se desató uno de los horrores más grandes de la Guerra de Malvinas. Una guerra que tuvo varios pasajes tremendos, por si hace falta aclararlo.

De muy bajo perfil, no es común que acepte contar lo que se vivió en el conflicto, e incluso hoy, cuando se conmemoran 26 años del hundimiento del Belgrano su palabra llega al público sólo a través de esta entrevista, concedida para ser procesada en radio. Y su imagen solamente puede tomarse cuando aparece de casualidad, en la exposición itinerante sobre la Guerra en el Sur que hasta hoy viernes se expone en el Salón Rivadavia.

Conviene resumir sus datos personales, porque a pesar de su juventud, este olavarriense es parte de la historia fuerte del país. Nacido el 13 de marzo de 1962, es hijo de Ceferino Gil e Irma Esther Rizzo. Casado con Margarita Esther Castañares, tiene una hija llamada Paula. Cursó los estudios primarios en la Escuela Nº 1 y secundarios en el Colegio Nacional Coronel Olavarría. Es una persona serena, de hablar pausado con palabras medidas y claras.

El Crucero General Belgrano fue el destino que ocupaba Gustavo, cuando el 2 de mayo de 1982, navegando fuera de la zona de exclusión, fue alcanzado por los torpedos del submarino Conquenor y hundido en sólo 80 minutos, provocando la muerte de 323 soldados argentinos, la mayor cantidad de toda esta innecesaria guerra. Un crimen de guerra que desató duras críticas y el masivo rechazo mundial, inclusive en la propia Inglaterra.

Hoy, ver a este olavarriense que tuvo la nada envidiable “fortuna” de participar en el conflicto bélico y pasar entre 30 y 40 horas en el mar, con temperaturas bajo cero, parado al lado de una de las balsas del Crucero Belgrano con la que sobrevivió hasta ser restacado, es un pasaje emotivo, tan rico como estremecedor.

-¿Cuál era tu situación el 2 de abril de 1982?

-Yo era parte de una dotación de aproximadamente 800 soldados que hacía casi un año cumplíamos servicio en el Crucero General Belgrano. Normalmente estábamos en Puerto Belgrano.

Una de las balsas de rescate del Crucero Blegrano.

-¿Qué tareas realizaban en el buque cuando estalló el conflicto?

-En el momento que estalló el conflicto, al buque se le estaba realizando un mantenimiento periódico, que era bastante prolongado debido a que había que hacerle muchos arreglos. Por este motivo nosotros estuvimos algunas semanas más en el puerto.

-¿Sabían que estarían involucrados en un conflicto bélico?

-En realidad no, hasta la madrugada en que tomaron las islas, ahí nos enteramos de lo ocurrido, como todo el mundo y a partir de ese momento empezamos a estar a órdenes de combate, aunque recién un mes después empezamos el operativo de cubrir la zona de exclusión, desde el Beagle, toda la periferia de Malvinas hasta Ushuaia.

-¿Que referencias tenías del crucero?

-El crucero era el antiguo Phoenix, que había salido ileso del ataque japonés a Pearl Harbor. Un buque norteamericano que había sido acorazado por ambas bandas y tenía una capa doble de hierro. Los ingleses sabían al momento de disparar los torpedos en qué lugares debían que hacer impacto con buen resultado, porque los yankees le habían dado toda la logística. Sabían del tratamiento extra que le habían aplicado.

El Crucero ya escorado, con las balsas lanzadas al mar.

-Era un barco que databa de 1939, bastante viejoÂ…

-Sí. Cuando la escuela de oficiales hacía parte de la instrucción, los cañones de a bordo parecían que se iban a doblar con el calor generado por cada disparo. Eran realmente muy antiguos. Inclusive para esperar a los aviones ingleses en el momento de Malvinas, manejar esos cañones antiaéreos a manivela, era un suicidio.

-Era un armamento obsoleto.

-Claro, no te alcanzabas a dar vuelta cuando el avión ya pasaba. Era imposible hacerle un seguimiento y tampoco evitar cualquier impacto.

-El Crucero Belgrano era un buque enorme ¿Qué impresión te causó cuando lo viste por primera vez?

-El barco era un monstruo, una ciudad. Eran 180 metros y tenía como si fueran varios pisos. En la cubierta principal había cuatro pisos hacia abajo. Arriba, en lo que sería la superestructura, en diferentes lugares, cuatro pisos más, hasta llegar a los puentes de radar y vigías. Al ser compartimentos muy chicos adentro y estar todo muy bien ordenado, había una infinita la cantidad de espacios.

-¿Cuál fue la misión del Belgrano en Malvinas?

-Principalmente la de cubrir Norte y Sur. Es decir, todo lo que era la Isla de los Estados hasta Ushuaia. Realizábamos una especie de guardia previendo invasiones desde el sector de Chile, del lado del Pacífico, aunque teníamos muy en claro que no estábamos en condiciones de atacar.

-Según tu punto de vista, no estaban preparados para entrar en guerra.

-No. Inclusive yo mismo, jamás efectué un disparo. Ni siquiera de carabina, porque estuve en un grupo que pasó por situación de tránsito. Para el que no conoce esto, significa que habíamos estado hospitalizados en la época de instrucción y a punto de irnos de baja. Gran parte del aprendizaje no lo hicimos. Cuando volvimos, nos dieron un destino que era hacer cursos de radaristas a distancia. Los cursos eran logísticos, para operar los radares y los equipos de detección, pero no de armas. De ahí nos dieron el destino final que en este caso fue el Crucero. Efectuábamos las guardias, teniendo el fusil en la mano, pero sin saber como se disparaba.

-¿Qué tipo de armas le daban?

-No, armas ninguna. Nosotros lo que teníamos era el chaleco salvavidas, dormíamos permanentemente con la ropa puesta por si sonaba la alarma, que sonaba cada dos o tres horas para hacer una advertencia de práctica y eso era todo. Sí teníamos frazadas y equipo para cubrirse del frío en las guardias de los mástiles.

-Ustedes estaban fuera de la zona de exclusión ¿temían de todas maneras recibir un ataque?

-El día del hundimiento, se preveía un ataque aéreo desde el portaviones Hermes. A partir de las cuatro de la mañana los estuvimos esperando en una banda del barco, ¡como si fueran a atacar solo y exclusivamente por ese lado!.

El Crucero en la réplica que se expuso en el Salón Rivadavia.

-¿Tuvo que ver esta distracción con que no se detectara el submarino?

-No. La misma coraza que tenía el crucero Belgrano, hecha por los norteamericanos, impedía que se pudiera colocar un equipo de sonar, equipo que sí tenían los dos destructores, así que éstos se pusieron adelante custodiando al crucero y permanecieron así hasta la tarde.

Pero pasó que en el instante del ataque, el submarino entra por el otro lado, entonces el crucero queda “haciéndole sombra” a los dos destructores y al no poder individualizar el eco, permitió que pudiera disparar sin ser detectado, salvo cuando ya teníamos los torpedos encima.

-¿Al sentir el impacto, intuyeron que el crucero se hundiría?

-Cuando sonaron los impactos estaba tomando guardia. Eran las cuatro de la tarde, estaba mostrando los ecos que había en pantalla y siento un estruendo muy potente, en un primer momento pensé que se trataba de los cañones nuestros que disparaban, pero también noté que sonaba demasiado fuerte. De inmediato se cortó la luz y empezó a salir humo con olor acre, tipo a cable quemado, muy espeso, pero todavía no teníamos idea de lo que pasaba.

Como no sonaba ninguna alarma, debido al corte de luz, no sabíamos si teníamos que cubrir un zafarrancho de combate o de abandono. Lo primero que interpreté fue un zafarrancho de combate y me fui al palo donde montábamos guardia como vigías, a cinco metros sobre nivel del mar y de ahí vi que venían bajando a toda carrera los que estaban de guardia en ese momento. Era evidente que tomaban una retirada hacia otros puestos.

Sergio Violante, otro de los sobrevivientes olavarrienses.

-¿El lugar donde impacta el misil, era una zona de bodega o había gente?

-Uno de los misiles impacta en proa, cerca de la parte donde estaban los calabozos, ahí había gente que estaba encerrada. Cuando se apagó la luz no pudieron encontrar las llaves y han muerto estando en ese lugar. El otro torpedo da en la parte de popa, que era exactamente dónde dormíamos nosotros. Yo tuve la suerte de tomar la guardia puntualmente, cosa que algunos no hacían -porque el frío bajo cero que había en los mástiles de guardia invitaba a quedarse durmiendo un ratito más – y eso me salvó.

El torpedo en el primer impacto entra al buque y en el segundo, donde pega el cabezal, explota. No estalla fuera del barco sino que lo hace adentro. Este entró de abajo hacia arriba y allí estaba el petróleo que alimentaba el buque, un buque muy antiguo a calderas.

Pero bueno... explotó dentro del petróleo, por lo que todo se hizo fuego, se empezó a filtrar rápidamente y al cortarse la luz, 300 personas que duermen queriendo salir por un espacio que es una abertura de un metro por un metro más o menos, corriendo todos, imaginate lo que puede ser eso. Había que subir tres cubiertas más, a oscuras, con las otras personas que estaban en las demás cubiertas, tratando de salir a su vez, apuradas por el fuego y demás... yo mismo no me puedo imaginar lo que pudo haber sido eso.

¿Como reaccionaron cuándo supieron que pasaba?

Intentamos bajar para buscar frazadas y demás elementos que teníamos en caso de abandono, pero estaban donde dormíamos y todo el mundo que estaba abajo venía saliendo a la carrera porque adentro se estaba inundando con petróleo. Había fuego, había agua, era tan grande el caos, tanta la gente corriendo, que no podíamos saber hasta que punto estaba ocurriendo algo tan dramático abajo. El paso siguiente fue ir a cubrir el abandono, cada sector en una balsa. Estas estaban ubicadas en proa y popa.

-¿La hostilidad climática complicaba el salvataje?

-El buque se empezaba a poner de costado bastante rápido, había vientos de cien o más kilómetros por hora y las olas de cinco o seis metros de altura. O sea, que aparte de ir escorándose rápidamente, la cubierta del buque se iba mojando y se hacía cada vez más dificultoso estar parado ahí, esperando que se tomara una decisión. Finalmente empiezan a arrojar las balsas, que son como unas cápsulas de dos partes, que al hacer impacto en el agua se divide y empiezan a inflarse automáticamente. Las balsas tienen un toldo, una lona que la cubre. Por ahí se va ingresando en el interior de la misma.

-¿La balsa se ata para que no se la lleven las olas?

-Principalmente se ata a la borda antes de arrojarla, para que la gente pueda ir bajando. El crucero era bastante alto y estando escorado, más todavía, así que tendría unos tres metros o más de altura con todo ese oleaje.

Me acuerdo que estaba bajando frazadas y equipos. Fui el último en tirarme. Inclusive antes de saltar se desató la soga que tenía la balsa y el oleaje la empezó a llevar, entonces me colgué de la baranda, con los pies en el aire e iba tratando de correrme con las manos para acercarme, pero la balsa se iba cada vez mas lejos, hasta que de repente, una ola la trajo y no dudé en tirarme. Caí justito arriba, sin pensar en ese momento que si hubiese caído al agua habría quedado congelado. Pero tuve la suerte de caer arriba de la balsa y poder entrar.

La insignia del General Belgrano.

-Convengamos que se hace difícil razonar en un momento de desorden y confusiónÂ…

-Dentro de todo, a lo mejor, el no saber exactamente que pasaba te mantenía más calmo, pero había un orden bastante inesperado para ese momento. Hubo gente que tenía muy en claro que debía permanecer calmado y eso colaboró para llevar tranquilidad a los demás. Fue una suerte que todo ocurriera a las cuatro de la tarde y no a la noche. Ahí hubiera sido un caótico, encontrar las balsas, poder tirarse, poder sacar gente. No hubiera sido lo mismo.

-Te debés sentir un privilegiado al salir ileso de ese infierno.

-La verdad es que salvamos la vida mil veces. No nos chupó ninguna de las grietas del buque que hacía succión, no se nos cayó nada encima cuando se estaba hundiendo, no explotó nada cerca, no se hundió la balsa, no se nos pinchó ni se nos incendió con las bengalas, como le pasó a otros, no nos morimos congelados, como algunos compañeros y tampoco nos atacaron de nuevo los ingleses. Alguien vio la torreta del submarino a pocos metros que nos venía siguiendo a las 60 balsas que iban a hacer 170 millas en dos días.

Igual llegamos bastante duros. Nos tuvieron que izar a través de la borda cuando nos rescató el “Aviso Burruchaga”, porque ya no nos podíamos mover. Una noche más no hubiésemos aguantado tampoco. Estábamos más cerca de la Antártida que de Malvinas.

-¿Iban a la deriva o podían guiar, mínimamente, las balsas?

-A la deriva. Estábamos con olas de 6 ó 7 metros. La balsa era de goma y se doblaba en dos, tenías otra a dos o tres metros de distancia y no la veías porque las olas te la tapaban. Ibamos constantemente haciendo curvas, círculos. No sabíamos donde estábamos.

-¿Los ubicaron mediante bengalas?

-Hubo bengalas, alguien debe haber informado también. Lo cierto es que en la tarde del día anterior un avión de reconocimiento pasó y después de ahí se vio un destructor a lo lejos, pensamos que nos habían visto, pero quizá estaban haciendo un reconocimiento de la zona. Creímos que nos habían perdido, hasta que nos encontraron en la madrugada.

-¿El viento los arrastró tan lejos en poco tiempo?

-El viento y la corriente muy fuerte. Inclusive en un momento se habían atado las balsas y después vino la orden de desatarlas, porque si se hundía una, iba a arrastrar a las otras de tan fuerte que era la corriente.

-¿Los rescataron de día o de noche?

-A nosotros a las cuatro de la mañana, pero habían empezado ya desde la tarde anterior. Lo que pasa es que rescatar cada balsa le llevaba más o menos media hora y empezando desde atrás, mientras rescataba una, las otras se iban escapando más. O sea que las tenía que volver a alcanzar, dedicarle otra media hora a la balsa siguiente y así. Por lo que se estuvo trabajando bastante tiempo.

-¿Imagino que el mayor inconveniente era estar constantemente húmedos en una zona tan fría?

-Ese lugar es uno de los lugares más inclementes de todo el globo. El pasaje de Bering, el estrecho de Magallanes –y esto reconocido por los deportistas náuticos a nivel mundial- tiene las corrientes y las tempestades permanentes más grandes. Ahí es normal olas de seis o siete metros.

-¿Cuál fue el destino luego del rescate?

-Nosotros fuimos a Ushuaia, donde nos dieron uniformes de aviación. En realidad, cuando subimos al Aviso Burruchaga, nos arrancaron las ropas a tirones y dormimos desnudos en los pasillos al calor de las calderas hasta que la ropa se secó. Al otro día bajamos a tierra con las ropas hechas harapos, entonces en la aviación de Usuahia, nos dieron un equipo nuevo y nos trasladaron en avión a Río Grande y de ahí en otro avión hasta Puerto Belgrano.

Pearl Harbor, 7 de diciembre de 1941. Allí era el "Phoenix", y sobrevive al ataque japonés.

-¡Los volvieron a reincorporar hasta el término del servicio!

-Sí, sí... con equipo nuevo y con nuevo destino. Yo vine a la Base “Azopardo” en Azul, la cosa más rara, porque después de estar en el mar, venís a parar al medio del campo. Pero bueno, acá terminamos lo que faltaba y un poco más, porque de alguna manera se alargó todo y estuve hasta agosto del 82.

-¿En su momento, ni cuenta te habrás dado de lo que estabas viviendo?

-Nos íbamos dando cuenta, lo difícil era encontrarle sentido a todo. De creer en valores que tengan que ver con el amor, la comprensión y la tolerancia entre seres humanos, a ver semejante despliegue para matar gente, es algo que te cuesta entender a los 20 años.

-¿Cuando todo terminó habrás sentido un gran alivio?

-Ni siquiera eso. Nos fuimos con la idea de no saber si volveríamos, porque en Marina van entrando tandas cada dos meses y a una tanda que le correspondía irse -eran de Buenos Aires -, cuando llegaron con la libreta y ropa de civil a Capital, los estaban esperando para llevarlos de nuevo a la Base Belgrano y ahí nomás los reincorporaron al barco. La guerra requiere de todo el capital humano que se crea necesario, así que cuando nos fuimos nosotros , recién terminado el conflicto, ni siquiera creíamos que nos estábamos yendo. Pensábamos que volveríamos en cualquier momento. Ni siquiera podíamos decir “¡Al fin se terminó todo!”

-¿Escuchabas radio para enterarte lo que sucedía?

-En la parte de inteligencia, donde yo estaba, escuchábamos mucha radio chilena. Ellos trabajaban psicológicamente a favor de los ingleses. Decían permanentemente que nos iban a masacrar. Una vez, en Radio Colonia, dijeron que habían hundido el Crucero Belgrano y estaban haciendo una misa, cuando todavía ni siquiera habíamos entrado en combate. Escuchábamos muchas versiones incoherentes y desvirtuadas que llamaban la atención.

-¿Después de hundimiento siguieron las alternativas del conflicto o prefirieron olvidar?

-Después no supimos demasiado. Nos enteramos que un avión de la fuerza aérea había hundido una de las fragatas, no me acuerdo si fue el “Sheffield” y eso fue lo último que escuchamos, después ya no tuvimos contacto con la información.

-Con tan corta edad y experiencia ¿Creían realmente que se podía derrotar a semejante potencia?

-Con 18 o 20 años, los que teníamos acceso a cierta información, jamás creímos que podíamos llegar a ganar. El crucero, cuando patrullaba la zona del Beagle hasta Ushuaia, siempre que cruzaba por el sector del Beagle llevaba pegado una lancha chilena, una torpedera con misiles a bordo, una lancha muy chiquita que las olas prácticamente la tapaban. Parecía que se hundía, que no iba a volver a salir, pero salía y bien pegada al buque. En cambio el crucero Belgrano tenía dos carcazas de madera, “con misiles” en la popa, que simulaban serlo, pero en realidad no tenía misiles, era parte de un “bluff ” intimidatorio. No teníamos un armamento como para ir contra Gran Bretaña.

-Se podía haber tomado las Islas, izar la bandera Argentina, quedarse un par de días y volverse, en vez de llegar a un conflicto tan desigual, ya que el reclamo de soberanía hubiese sido el mismo, pero evitando el derramamiento de sangre.

-Yo, particularmente, no soy la persona más partidaria de la guerra, para nada, para mí todo lo que tenga que ver con la guerra es una locura, sea la forma que sea. Yo creo que hay que buscar cualquier otro medio, aunque se tarde mil años. Vayamos al caso de la India, que es un país que nunca guerreó y es el único que ganó la independencia sin pelear. Hay otras formas de lograr las cosas.

-¿Como los trató la gente al regreso?

-Y... hubo de todo. Hubo quien se reía, por la misma ignorancia, gente que no entendía nada, o venir al continente y ver los bailes, los boliches, como que ahí no pasaba nada. Argentina no aprendió de una guerra porque no la vivió, no tiraron bombas en los edificios. Si bien hay que agradecer eso, en una guerra la población generalmente aprende de todo esto, porque si le toca lo padece. Acá hubo una guerra y la gente no la padeció, salvo los que fueron y pelearon, para el resto fue allá, todo muy lejos.

-¿Qué sentís hoy a la distancia?

-Siento como te dije antes, que es una cuestión de principios. Si nos ganan las personas que te tiran la basura en la vereda, el que roba, el que no paga, el que se forma socialmente haciendo trampas, seguiremos teniendo gobiernos que hagan cosas así, porque los gobiernos, sean civiles o militares salen del pueblo, de esta sociedad que formamos todos. Si no tomamos conciencia de eso y apuntamos a otros valores, lo que pasó va a volver a pasar en cualquier momento. Fue lo que tenía que ser y el pueblo avaló en su momento. De eso hay que aprender.

-¿Qué opinión tenés de Malvinas reclamo, Malvinas historia?

-La verdad es que no tengo ni me interesa tenerla. Es muy profundo el tema. Los ingleses dicen que son de ellos, los argentinos Argentina y los malvinenses, que viven en ellas quieren su independencia. A los ingleses le sale un dineral mantenerlas y nosotros no podemos cuidar lo que tenemos y queremos más. Yo jamás mandaría a matar a nadie por un pedazo de tierra. Llámenme apátrida o lo que quieran, pero el ser humano tiene una sola vida y cuando la pierda la tierra va a seguir estando. ¡Que es nuestra! Es toda una ilusión, entonces yo prefiero salvar una vida humana que hacerme matar por un pedazo de tierra.

-¿Soportarías pasar por todo eso de nuevo?

-Hoy a la distancia, es como que ya lo olvidé, pero en su momento, cuando me lo preguntaba, estaba seguro de que no soportaría ni la mitad de lo que tuve que vivir.

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