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A cinco años del juicio por las torturas en la comisaría Primera

En un mes de octubre pero un lustro atrás se definía, en su etapa de primera instancia, la investigación por un aberrante episodio que tuvo como escenario los fondos de la comisaría Primera local. Connivencias, complicidades, y también violencia pero de la morbosa, no solo física. La víctima no fue únicamente agredida, sino también quemada en sus genitales. 

Ignacio Cerdera / @nachocerdera

 

Para muchos hace ya una eternidad, varios de los consultados se sorprendieron por el dato. Sí, ya hace cinco años. La víctima, en cambio, lo siente más presente y las marcas en el cuerpo se lo recuerdan día a día. Ya no está en Olavarría, huyó despavorido después de lo que le pasó tras caer borracho en la zona del golf de Estudiantes. Allí, llamativamente, comenzaría su pesadilla. 

 

Diego González es su nombre y poco más de él se sabe hoy en día. Hace también ya más de un lustro que no frecuenta nuestra ciudad. Es cierto que en el detrás de escena de esta nota se conocieron algunos datos más de su actualidad pero se resguardarán por expreso pedido de gente que aún mantiene contacto con él. Basta con referir que las secuelas están tan a flor de piel como las cicatrices que le quedaron en su cuerpo. 

 

 

“Veo la policía y tengo miedo” dijo en Azul cuando se iniciaba el juicio. Fue precisamente el primero que habló aquella mañana. Lo que le costaba poner en palabras lo decían sus gestos y movimientos. “Pedía por favor que paren”, “temía lo peor”, dijo luego. Según afirmó, lo confundieron con un delincuente que la noche anterior había cometido un robo, por eso las exigencias, no sólo por información sino también por lo que supuestamente él había robado.

 

La borrachera que lo había hecho caer dormido en la zona del golf de Estudiantes, donde había ido a colaborar con un familiar, se le pasó de inmediato cuando empezaron las hostilidades que tuvieron su mayor punto de aberración cuando el agua hirviendo de una pava utilizada para el mate comenzó a correr por su cuerpo, principalmente en sus partes íntimas con daños físicos que le quedaron de por vida. 

 

 

La continuidad de ese juicio, que se extendió por casi un mes, tuvo la palabra de numerosos agentes de esa comisaría, no solo los acusados, sino los que trabajaron ese día, lo que debieron estar allí según el libro de actas y superiores a cargo. Fue tal el tenor de lo ocurrido que inclusive profesionales de la salud quedaron ubicados tanto en el sector de imputados como de testigos. La investigación encabezada por la fiscal Susana Alonso avanzó sobre todas las líneas posibles.

 

El saldo de aquel juicio fue 4 condenas sobre seis imputados. Dos de las condenas, las más gravosas, fueron de 16 años de prisión. Las restantes, de 10 años y de 4 años y 6 meses. La gama de delitos enrostrados también fue variada: “torturas”, “falsedad ideológica de instrumento público -por las actuaciones escrita aquel día-” u “omisión de denuncia”.

 

 

Las partes fueron apelando ese fallo ante diversas instancias. Quizás la más relevante fue la planteada ante Casación, que dispuso la excarcelación de uno de los condenados y que sea sometido a un nuevo juicio.

 

“Fue un desafío”

 

El abogado Gustavo Scotto también tuvo un rol clave en esta historia, fue -como se dice en la terminología legal- el particular damnificado durante ese juicio. En términos más fáciles, el representante de la víctima. La consulta le genera también una mezcla de sensaciones y no únicamente por el paso del tiempo. Una de las primeras cosas que recuerda fue el desgaste mental y físico de aquellas maratónicas jornadas en el Tribunal Oral en lo Criminal N° 2 de Azul.

 

“Fue un desafío”, se sinceró. “Ir contra la policía, no contra la institución en sí, sino contra algunas personas que la integran”, explicó. “Con personas de bien no tenés por qué estar mal”, añadió a su explicación, consciente igualmente de lo que significa avanzar en una demanda contra la fuerzas de seguridad.

 

“Fue un hecho de tortura como no se veía desde la dictadura militar”

 

 Scotto puso el acento en cómo precisamente un delito como la tortura tiene la particularidad de ser imprescriptible, como ocurre con los de lesa humanidad. “Un delito de esa magnitud no se había cometido en Olavarría desde esa época”, completó y ubicó las similitudes no sólo en la violencia de las agresiones sino también en las complicidades y connivencias.

 

“Lo hice por principios”, respondió acerca de lo que le significó ya más en lo personal. “Fijate que al día de hoy la causa civil no se inició, no se buscó con esto un rédito económico. Me halagó que me haya  elegido para representarlo, fue una satisfacción pero también me comprometió más aún con la causa”. Una vez obtenidas las condenas expresó, por último, que recibió reconocimiento de colegas lo que hizo que todo le sea aún más satisfactorio.

 

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