El Partido de General Villegas tiene casi 31.000 habitantes según el Censo 2010. Su ciudad cabecera es un pueblo bajo, donde el edificio más alto sigue siendo el campanario de su bonita iglesia. En el hablar de su gente puede adivinarse la simpleza de la gente acostumbrada al duro trabajo de la tierra. Sin embargo, como todo pueblo chico. Villegas esconde más de lo que muestra. Y así como uno de sus hijos dilectos, Manuel Puig, sacó a la luz una compleja trama de relaciones humanas del pasado en su famosa novela “Boquitas Pintadas”, hoy Villegas tiene algunos tesoros que hay que seguir descubriendo.
La Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, el Teatro Español, la calle Moreno y el edificio del Banco Provincia conforman cuatro de los puntos de interés típicos de la arbolada ciudad cabecera del partido de General Villegas.
Luscofusco es, precisamente, uno de esos tesoros. Ubicado en una vieja casona de ladrillos a la vista sobre la calle Arenales al 300, uno nota la particularidad de esta “casa de comidas” desde la puerta. Allí, un pizarrón anuncia el plato del día (si se tratara de un mediodía) o una variedad que puede incluir hasta tres o cuatro platos distintos si la cosa es a cenar.
Frente y entrada de Luscofusco, en Arenales 367, General Villegas.
Pero, como en muchas cosas, lo mejor está adentro. El restaurante es chico, tiene capacidad para unos 25 comensales que almuerzan o cenan en los pasillos interiores de la vieja casona. O en la cocina, dado que una de las barras permite sentarse mirando directamente al chef en su hábitat.
De día o de noche, el interior de Luscofusco tiene un común denominador: la calidez del ambiente que iluminan sus veladores y arañas, o sus amplios ventanales cuando hay luz solar.
Sin embargo, lo mejor de Luscofusco es la onda. Y ahí entra todo. Desde el ambiente intimista que ofrece la música francesa a un volumen justo que permite escucharla pero al mismo hablar en susurros (no debe haber nada mejor que entrar en un lugar y ser recibido por la Piaf entonando los primeros acordes de “La vie en rose”) hasta el “instructivo” que Leo –chef y dueño- deja en cada mesa. Desglosémoslo juntos.
Y si el día o la noche están lindos, el patio de Luscofusco se convierte en el sitio ideal para disfrutar de la exquisita cocina de Leo Leiva.
Bajo el título “Instrucciones para entender Luscofusco y no morir en el intento” transcurre un decálogo que va develando los secretos del lugar. La primera instrucción es la fundamental. Dice: “Leer el pizarrón con las propuestas gastronómicas del día.”. Es decir, cuando uno va a comer a Loscofusco debe ordenar eligiendo entre lo que hay. Y ello no es caprichoso. Leo Leiva es un consumado chef, formado en la escuela del Gato Dumas y perfeccionado en la catalana Tarragona y en el pueblo de pescadores de Cambrils. “Hago cocina de mercado”, dice Leo. Pero debe leerse como cocina del mercado, porque su filosofía gastronómica se basa “…en el respeto del alimento desde la materia prima.”. Es decir, se preparan los platos en tanto se hallen, en el mercado, ingredientes de buena calidad. Ello implica que todo lo que se come es bueno y fresco, y que bien podrían no repetirse nunca los platos si las materias primas con las que se preparan varían su calidad o dejan de estar disponibles. Esto obliga a una creatividad en la que nunca se resigna la calidad. Los finísimos sabores de las comidas elaboradas por Leo así lo atestiguan.
La cocina de Loscofusco es una cocina abierta, donde todo está a la vista. Allí, Leo Leiva –chef y dueño- despliega un arte que reconoce a maestros como el Gato Dumas o anónimos cocineros catalanes y franceses de Tarragona y Cambrils.
Y a pesar de comer platos de alta cocina, uno de deja de sentirse como en casa de un amigo de toda la vida. Otras de las instrucciones de Loscofusco dicen cosas como “Si ya está sentado, relájese, y prepárese un aperitivo de su gusto –tiene toda una mesa de tragos-“ o “Ésta es la casa de un amigo, los vinos están a su alcance y el sacarcorchos, en el cajón de su mesa…”. La sala de vinos está disponible para el self service. No se debe esperar que un mozo sirva las bebidas, porque mozo no hay. Es el momento, entonces de que cada mesa designe un delegado para atacar la bodega y servir los vinos a sus amigos.
Como la cocina, la bodega también está siempre abierta. Una de las premisas de Leo es que los comensales elijan, destapen y se sirvan la bebida que prefieran.
Al final de los postres, Leo trae una tetera de plata con tazas, sobres de té y café para batir. “Los invito con agua caliente”, dice, “uds. hagan el resto”. El final de fiesta es siempre con algún licor. “Me encanta ver a la gente que entre en la cocina, se sirva el vino, se bata el café…”. Así resume Leo la onda de Loscofusco. Buena cocina sin destinatarios anónimos, diríamos nosotros. Allí, cada comensal tiene nombre y apellido, aunque no haya ido nunca antes. Leo tiene la virtud de hacernos sentir que todo está preparado para nosotros, sólo nos queda disfrutar.
La bandeja para las infusiones siempre está lista en Luscofusco. Allí Leo sirve el agua caliente para que los habitués preparen su propio café batido, o un rico y digestivo té.
Sabemos que es lejos, que no se va a hacer 300 kilómetros para conocer un restaurante. Loscofusco abre de martes a sábados, mediodía (con un plato fijo, que es el plato familiar de Leo) y noche (con menú a la pizarra) y las reservas se pueden hacer al 03388-15451579. Pero si algún día está de paso, viajando –por ejemplo- hacia Mendoza o Córdoba, hágase un ratito. Y si se lo pierde, le repetimos lo de siempre: nosotros le avisamos. Ah, una última cosa: hay menús desde $ 60. Una cena completa (con mesa libre de entradas delicadas, plato caliente, postre y vino) puede rondar los $ 140 por persona. Lo cual confirma que lo bueno no debe ser necesariamente lo más caro.
En esa barra pueden comer cuatro personas. Dos mirando directamente al interior de la cocina y dos desde las banquetas que están situadas en su interior. Así de simple, y a la vez así de sofisticada, es la experiencia en Loscofusco.