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Por Jorge Scottón (*) / Especial para infoeme.com
Los shows de Roger Waters en el Estadio Monumental este sábado y domingo fueron electrizantes, y al día siguiente del recital uno todavía se queda conmocionado por lo que vio, por las emociones que presenció, por lo que produjo emocionalmente en decenas de miles de personas al mismo tiempo y en el mismo lugar.
Puedo contar el del domingo, pero hay otros olavarrienses (Herman Aust, por ejemplo) que fueron el sábado y sacaron otra entrada para verlo de nuevo el domingo porque el show los dejó pasmados. El domingo viví una mística única, con los cuarentones mezclados con jovencitos, de jeans y remeras con pulóveres colgados, mochilas y demás.
Puedo contarlo minuto a minuto: todos juntos emprendemos la larga caminata por Avenida Libertador, ocupando lodos los metros disponibles de la vereda. Los atuendos son comunes a todos: imágenes muy conocidas de toda la carerra de Pink Floyd y de Roger Waters.
Las largas colas con ingreso muy fluido son la primera impresión para llegar al
Monumental. Algunos cacheos, pero sólo los necesarios y la masa se mueve como enjambre a paso marcado, para empezar a pisar el cemento del estadio.
Son casi las 8 de la noche y el cielo está limpio, ni una nube, sólo algunas
estrellas y la luna no se ve. Uno pisa el Monumental y la imagen es impresionante. Aunque parezca mentira todo eso que se ve es gente de uno al lado del otro, conviviendo una previa que tuvo a Mimí Maura como telonera.
Pero una hora antes, la bajan. Se cierra el telón, se ambienta el escenario, y lentamente como si cada segundo estuviera calculado (y lo está) se empieza a abrir la tela de a poco, de a milímetros, hasta que queda una imagen fija en una gigante pantalla: es tan clara que parece de lejos una escenografia real.
De fondo, una vieja radio AM, con dial redondo y perillas más chicas de volumen y encendido. A su lado una botella de whisky, un vaso y un cenicero.
El estadio se va llenando, la “popu?, el campo, las plateas, media y baja, todos los rincones, y la imagen en pantalla estática. Algunas canciones que tienen algo que ver con lo que se ve en pantalla empiezan a mostrar lo que va a ser el sonido que habían prometido: “Rocking over the world?, “Johnny be good?, y de ahí en más el volumen a medida que pasaban iba subiendo.
Y de pronto, en la radio que se proyecta en pantalla aparece una mano que mueve el dial, y
con ello cambia el sonido: se escucha Abba. Y vuelve la mano y saca un poco de swing, un poco de jazz, y como si nada, a las 21:16 exactas aparece en medio del escenario vestido de remera y pantalón negro Roger Waters.
Algunos ni cuenta se dan, algunos no lo creen, otros se quedan como en un letargo que irradia admiración, y quizás ni los aplausos salen.
Y se escucha una voz en el fondo... “?aplaudan, carajo!? y de a poco Roger Waters es recibido como se merece. No era indiferencia de 50.000 personas, menos en Buenos Aires, con entradas caras: es sólo endiosamiento, admiración.
La sensación es extra?a y difícil hasta para contarla en primera persona: por momentos, Roger Waters está adelante tuyo y te está cantando “In the flesh? y quiero aplaudir pero no puedo, y no soy el ínico. Pero no me da respiro: está sonando como si el Monumental fuera una habitación con sonido “home-theatre?. Hay efectos impecables, video increíble y cuando reaccionás, a metros tuyos te toca junto a sus 14 (notables) músicos “Shine On You Crazy Diamond?, y después te golpea con “Have a Cigar?, “Wish You Were Here? (la verdad, de la emoción no me acuerdo el orden) y llega el momento de presentar una bellísima cancion que tiene un alto contenido anti-Bush: “Leaving Beirut? (2004) y cierra la primera parte con “Sheep? (Animals-1977).
En ese tema aparece el cerdo enorme de goma, volando suspendido sobre el estadio, con grandes leyendas a los costados: "Galtieri", "Thatcher", "Nunca más" y "Aparición con vida de Julio Jorge López".
Cuando termina y anuncia el mismo un “breack de 15 minutos? y dice que vuelve con “El lado oscuro de la luna? completo, se va del escenario y nadie se mueve: todos en su lugar, las luces del monumental se encienden tenuemente, el escenario está a oscuras, y una imagen que se asoma en la pantalla principal y las otras cuatro: es una luna, cada 30 segundos se agranda la imagen con música tenue de fondo.
Cuando la luna está a pleno se apagan las luces y una detrás de otra empiezan a escucharse “Speak to me?, “Breathe?, “On the rum?, “Time?, “Bréate (reprise)?, “The great Gig in the Sky?, “Money?, “Us and them?, “Any colour you like?, “Brain damage? y “Eclipse?.
Aunque parezca mentira uno lo tiene a Waters tocando ese disco de 1973 en forma íntegra, sin pausas y recién ahí logra que el estadio estalle y reaccione, como en un partido de fútbol. Porque en “Eclipse? aparece el famoso prisma de Pink Floyd formado por láser y cuando culmina una sesión de rayos forma el haz de luz que traspasa la pirámide de cristal e ilumina y recorre el estadio de punta a punta.
Roger Waters se va, la gente está loca. Vuelve, presenta a los músicos, la gente sigue enloquecida, ni lo escuchan, siguen aplaudiendo, gritando, casi como que no escuchan nada de nada y quieren más música.
Guitarrista, coristas, y tecladista los más aplaudidos: estuvieron brillantes. Después presenta a los chicos del coro del Club River a subir al escenario. Dice “démosle la bienvenida a los ni?os? y de fondo hasta el pico máximo de volumen el sonido del helicóptero para que comience “Another Brick in the Wall? y él grita íntegro afinado y se?alando a diferentes sectores de la cancha el “hey you and you and you and you? y todo es locura, fiesta, momento único incontable.
Si el concierto hubiese terminado ahí, nos hubiéramos ido felices igual, pero fue generoso y volvió para hacer como bises “Vera?, “Bring the Boys Back Home?, y cerró con “Comfortably Numb?.
Conclusión interior pero compartida con 50 mil personas: salís de ahí con una paz que sólo te da la música, bien tocada y respetada. El espectador termina respetado, con los todos lo que ofrece la tecnología, sintiendo que no lo discriman con respecto a sonido y luces e infraestructura, de los de Europa y USA. Y con la gloria de haber visto, escuchado, sentido a Roger Waters, creador indiscutido de la banda de rock sinfónico mas notable de todos los tiempos: Pink Floyd.
(*) Jorge Scottón es periodista y conductor radial. Es uno de los mayores difusores de clásicos de rock de todos los tiempos a través de su programa “Flashback? de la FM 90.
Nota del autor: Gracias a María Luján, Pablo, Brígida, Adriana y Herman.