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El imperdible relato de Antolín Antoniano, el hombre que corrió en Ford T contra los hermanos Emiliozzi

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Walter Minor - wminor@ubbi.com / Especial para infoeme.com

Antolín Antoniano, más conocido como “Tolín” entre su gente, es un hombre alto, de mirada tranquila y gesto cordial nacido el 14 de septiembre de 1925 en la localidad de 25 de Mayo.

Cuando tenía apenas 13 años, a fines de 1938, sus padres Antonio y Florentina, decidieron radicarse en Bolívar con sus 7 hijos. Allí instalaron la tradicional panadería “Antonio Antoniano”que funcionó hasta hace poco tiempo.

Pero la verdadera pasión de “Tolín” siempre fueron siempre los autos y las motos. Atraído invariablemente por el vértigo, a los 22 años se subió por primera vez a un auto de carreras y podría decirse que no se bajó nunca más.

Antolín Antoniano, primero en Azul. El riesgo, el triunfo y la alegría, todo junto.

Sus hijos Diego y Germán siguieron con la tradición, llegando en el caso de Diego, a ganar en motociclismo, 37 carreras consecutivas en la categoría Puma 100cc.

María Jazmín forma la trilogía de hijos que tuvieron junto a su compañera de toda la vida Mabel Urritia, la que según él “le aguantó todas sus locuras”.

Con sus flamantes 83 años, Antoniano nos contó de sus triunfos, derrotas, compañeros y rivales con una notable precisión, no dejando de lado aquella competencia que disputó en la categoría Ford T con los hermanos Emiliozzi en Espigas.

-¿Cuándo comenzó a correr?

-El 5 de octubre del año 47 en Daireaux. Era la primera que se hizo en una temporada que empezó ahí. Ese día lo recuerdo porque fue cuando se hizo el cambio de mano en el país. Empecé con un auto propio y luego siempre corrí el de otros. Corrí el de Paulino Volpe, el de Raúl Campos, corrí un coche de Casino, que era colectivero, el de los hermanos Valicenti de Azul. Bueno... corrí varios.

¿Quiénes le preparaban los motores?

-El primer preparador fue Paulino Volpe, después don Abel Gandola, pero quien más tiempo lo hizo se llamaba Rubit “Toto” Gariotti. Era un hombre muy inteligente. El fue mi gran paso en las carreras, porque cuando dejaron libre el árbol de levas, me hizo uno totalmente a mano. Una barbaridad. Era medalla de oro del Otto Krausse. Justamente ese día que estrenamos el auto, gané la serie y a poco de largar la final se me cortó un brazo de la dirección y no pudimos clasificar. Pero de ahí para adelante anduve muy bien.

-Teniendo en cuenta que los motores no se podían modificar ¿Cómo se armaba un Ford T de competición para sacarle una mayor velocidad?

-Para correr se desarmaban diversos coches, pero generalmente los del modelo 25, 26, 27...que eran los Ford T y según los adelantos técnicos, se aprovechaban lo mejor de uno u otro. Tenían diferencia en las carrocerías, pero los motores eran todos iguales. Se aprovechaba el diferencial de uno porque tenía tal multiplicación, el del otro porque tenía el tranco más largo... pero eso se equiparaban también con las ruedas.

-Usted compitió contra los hermanos Emiliozzi en Espigas.

-Sí. Fue en mi segunda carrera. Estaba organizada por un Club de Olavarría. No me acuerdo cuál. Como nos acomodamos llegamos. Adelante Torcuato, yo que logré meterme en medio de los dos y Dante atrás y así estuvimos toda la carrera. Llegamos a sacarle alguna vuelta a los demás porque andábamos los tres muy ligero. El circuito era tipo óvalo y, como todos, hecho en la tierra. Una polvadera bárbara. Pero se andaba fuerte.

-¿En esa categoría ya se les notaba la calidad que mostrarían más tarde?

-Claro. Sí que eran buenos los Emiliozzi. El terminar en medio de ellos dos, fue un triunfo que Dios me libre. Me traía Dante apurando de atrás y con Torcuato adelante, yo pisándolo. Ese día, andaba muy bien el coche. Después me descalificaron mal. Ellos usaban el carburador derecho. Carburador que tenía ventajas, que vino en muy pocos Ford T, y nosotros dónde hacía una pronunciación grande, le habíamos hecho una pequeña limada. Nunca podía ser como el carburador derecho. Al nuestro, Paulino Volpe lo había bajado un poco. Por eso me descalificaron.

En el auto de Mitre, paseando por el Corso, con amigos.

-¿Reclamaron o aceptaron el fallo? Eran muy estrictos en esa época...

-Nos tuvieron que sí, que no, hasta la noche. Volpe, dueño del coche; “el Gordo” Fernández lo discutieron hasta el final. Cualquiera te decía que mi carburador era inferior, pero el caso es que no se podía tocar nada y ellos estaban en su tierra. Nosotros en tierras extrañas.

-Pero eso era normal. Cierta vez a Dante lo descalificaron por no tener la válvula original que traía estampado el nombre de Ford en la cabeza.

-¿Sabés qué pasa? En ese tiempo había esas cosas que son feas, pero que las hay siempre. Tirantez entre las comisiones de un lado y del otro. Porque cada pueblo tenía su comisión técnica. Lo ideal hubiese sido una sola que revisara en todas partes. Y lo de la válvula de Dante pasó por eso. Se borraba a veces, otras quedaba una pequeña colita de una letra, entonces discutían si era o no original. Pero eso no hacía a la velocidad. Discutían por cosas que no valían la pena y generaban problemas, que a veces hacían que a la otra carrera los damnificados no fuesen. Era una lástima.

¿Quedaron resentimientos o todo se olvida?

-En Espigas la carrera no se hizo más porque hubo un lío tremendo. Para colmo, quién tenía la agencia Ford en Espigas y falleció no hace mucho tiempo, me apreciaba porque yo viajaba mucho a Tapalqué y siempre paraba ahí. Los Emiliozzi eran muy buena gente. Yo nunca tuve rivalidad con nadie. Ellos corrían sin la correa del ventilador colocada, porque reformaban los radiadores con materiales especiales, que hacían que el calor no se condensara tanto. Era más volátil, entonces se le podía sacar el ventilador.

-¿Qué me puede decir de su joyita, el Ford T modelo 14 que tiene guardado?

-Yo viajaba siempre en ese Fordcito T, que tengo todavía. En él me recorrí medio país. Cierta vez tuve la oportunidad de llevarle un pergamino a Fangio con motivo de su campeonato mundial. Viajamos con dos amigos más a Buenos Aires. Todavía tengo la copia de los diarios donde resaltaban el viaje, porque era casi imposible ir a Buenos Aires y menos en un Ford T modelo 14. Pero que tenía la ventaja que no tenían otros. Le ponías una bolsa adelante y como tenía las ruedas altas, pasabas las lagunas. Porque de aquí a 9 de Julio –que era lo directo nuestro- había 19 lagunas. Salimos a las cuatro de la madrugada del Club Social. Al Ford T lo tengo de toda la vida. Anduve de novio en él, me casé en él y ahora, que voy a cumplir 50 años de casado, pienso volver a la iglesia en él otra vez.

-Las carreras se corrían casi siempre en algún campo prestado para la ocasión ¿Cómo eran las características de aquellos circuitos?

-Eran todos medios parecidos. Un óvalo o tirando a óvalo, medio cuadrado, con dos puntas o cuatro puntas. Un triángulo también sabía ser. Según el terreno y la maquinaria que tenían para hacerlo. Daba mucho trabajo hacer un circuito. No había maquinarias en ese entonces. Se construía a Champion. Colaboraba gente baqueana con las palas de buey a caballos. Así se adelantaba mucho, porque a veces había que tapar lagunas o pasos muy feos en los que se juntaba agua cuando llovía, entonces que había que recurrir a eso. Como camión regador no había, volaba mucha tierra.

Supongo que la inventiva reemplazaba en muchos casos los inconvenientes.

-Era como un lujo correr. Muy difícil conseguir la nafta y las cubiertas. Hacíamos series y final tratando de llenar el tanque con lo justo para que no hiciera peso. Los frenos del Ford T son con una cinta en los tambores, no teníamos prácticamente frenos. Había que arreglarse con esos. Los circuitos se hacían amplios, pero si te pasabas te estrellabas contra el alambrado. A veces se preparaba un circuito muy golpeado, no llegaban los amortiguadores a frenar el coche, entonces se les ponía una correa apretando un poco a los elásticos. Inventos del momento. El carter iba casi rozando el piso. Nos sentábamos casi arriba del tanque de nafta.

-¿Y el equipo personal?

-Toda nuestro vestimenta de carrera pasaba por un casquito de cuero y las antiparras. Ahora vos pensás y decís “¿cómo corríamos así?” Porque la única protección que había era un alambrado nomás...

-Usted sufrió un accidente que casi le cuesta la vida.

-Me prendí fuego. En ese entonces todos los autos eran iguales. Llevaban dos bombas de alimentación: una eléctrica y otra mecánica, que era la original. Para conectar la eléctrica al carburador se le hacía un espiral al caño de bronce para evitar que se cortara con la vibración. Pero desgraciadamente se cortó y llenó la parte de abajo de combustible. En esa circunstancia no faltó el contacto con una chispa y explotó todo junto. Yo iba metido en ese torpedo con las piernas ajustadas adentro cuando explotó. Venía en la segunda posición disputando la punta con Hernández, de Teodolina, y atrás todo el pelotón, así que cuando pensé en tirarme, lo primero que atiné fue a mirar para atrás. Tuve que levantarme entre las llamas, sentarme en el tanque de nafta y cuando vi que pasaron, tirarme para atrás y dar vueltas por el piso prendido fuego. Siempre recuerdo a “El Ruso” Zanatta un amigo de Tapalqué; no lo puedo olvidar nunca porque lo vi que venía corriendo, cruzando campo, sacándose la campera de cuero nueva que estrenaba en ese momento. Con esa campera me agarró “a palos” en el suelo, hasta que me apagó. ¡No sé como estoy vivo!

-¿Cómo la peleó?

-Estuve internado en Tapalqué casi dos meses con el peligro de perder las piernas. Tuve la suerte de que ya por entonces se había inventado la penicilina, aunque los médicos de allá no sabían hasta dónde podía aguantar la dosis. Llegó un momento, que mientras me curaban me hacían mover los dedos del pie para calcular el daño. Después me contaron que veían como se corrían los tendones. Estaba echo una miseria. Después de la carrera llovió una semana entera y ni mi familia podía llegar allá para estar conmigo. La pasé muy mal. Tenía un golpe tremendo y la cabeza deformada. Estuve más de una semana ciego, todo hinchado. Un sufrimiento tremendo. Jamás le deseo a nadie que reciba como penitencia que lo quemen y que aguante, porque es terrible, terrible. Ese accidente fue el 5 de marzo, pero no me acuerdo el año, aunque creo que fue en 1954.

-Me imagino que a una vida tan rica en acontecimientos no le faltaron anécdotas.

-Nooo... ¡Linda época! Un día corriendo en Pehuajó, se me cortó un palier y la rueda se salió, pegó en el alambrado, rebotó para atrás, avanzó de nuevo, cruzó el alambrado y se metió en la puerta de un Ford modelo 38. Se hizo un buche y quedó ahí. Yo no me hice nada, ni siquiera golpeé el auto, pero ¿ y la rueda que saltó?. Venían y me contaban ¡Mirá, se metió en un Ford 38! Pero el tipo no está muy enojado. Y bueno, habrá que ir a ver. Esperamos a ver que pasaba y yo andaba con Don Armando Casino -el dueño del auto- dando vueltas. Don Armando me decía que esto había que aclararlo. Buscar la rueda y ver que pasaba. Entonces por los altoparlantes se escucha “¡Al piloto del coche número tal , rogamos que se acerquen al lugar donde ocurrió el desprendimiento de la rueda, porque la gente que está ahí quiere hablar con él!” ¡Qué susto! Imaginate que yo era muy jovencito. Pero Don Armando Casino, que había sido boxeador y tenía un físico bárbaro me dice ¡Vamos a ver qué pasa! Yo iba como ternero arrimado a la vaca, buscando protección. Sabíamos el lío que habíamos hecho, pero no cómo se arreglaba, así que tomamos coraje y fuimos acompañados por cuatro o cinco de la barra. Llegamos y me gritaban desde el alambre “¡Vengan!¡Vengan amigos que no se ha lastimado nadie! ¡Acérquense!” Cuando quedamos enfrentados nos dicen “este señor es el dueño del auto” ¡No sabés como se había metido la rueda ahí! Por suerte era un tipo de esos que lo toma como una cosa que pasó y hasta nos convidaron con pasteles y mate. Yo pensé que nos mataban.¡Sabés lo que era en ese tiempo romper un auto así!

-¿Después del accidente, volvió a subirse al auto de carreras?

-Si. Yo sufría mucho pensando que no iba a poder correr más y cuando más o menos pude andar un poco, sentía que había carreras y me moría por ir, entonces me llevaron en el avión a una carrera en Azul. Me bajaron en brazos, me sentaron en el coche otra vez y me dijeron “¿Te animás a dar una vuelta a la pista?” ¡Sí! ¡Cómo no!. Pasé una pierna debajo de la otra, porque no la podía mover y así, apretando los pedales con un pie y el acelerador con las manos, di una vuelta al circuito.

-¿Se reencontró con los Emiliozzi alguna vez?

-Después de muchos años, ellos me entregaron un trofeo en Olavarría. Era el tiempo en que tuve unos pilotos de motociclismo que andaban muy bien. Hicimos dos temporadas en el velódromo que está en Estudiantes. Nos disputábamos el record del circuito con los hermanos Diorio de Olavarría, con quienes somos muy amigos todavía y con Carlitos Fernández de Tandil. Siempre por alguna cosa estábamos ligados a Olavarría. Nosotros logramos el récord y en esa oportunidad, los Emiliozzi fueron los encargados de entregarme el premio.

-También se destacó como un hábil restaurador de autos antiguos y entre los muchos que pasaron por sus manos hubo uno muy especial, con mucha historia.

Un Krieger modelo 1896. Lo trajeron de Azul. Mirá si tendrá historia, que fue el coche particular de Bartolomé Mitre. En los vidrios laterales tenía grabadas las iniciales de él. Primero pusimos en marcha los dos motores eléctricos que funcionaban a baterías. Andaba con 48 voltios, entonces juntamos 8 baterías de 6 voltios y logramos los 48. Con eso lo hicimos girar todo el carnaval.

-¿A quién le agradecería por aquellos momentos vividos?

-Mi gratitud es para toda la gente que me dio confianza para correr sus autos, porque yo no tenía un peso cuando me ganaba la vida como panadero. Después hice mecánica de motocicletas muchísimos años y así pude dejarle el negocio a mis hijos, pero con las carreras, mi pasión, jamás gané un peso.

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