Por Luciana Pedernera
Mirta Nicora y Jesús Cañete cumplieron 50 años de casados y lo celebraron con la renovación de votos y una emotiva fiesta el pasado 23 de diciembre. Los olavarrienses compartieron con su familia el camino transitado en este medio siglo, pero también los sorprendieron: ella ingresó a la fiesta con el mismo vestido de novia que uso el día de su casamiento. En una tarde, entre risas y rodeados de fotos, instrumentos musicales y anécdotas, compartieron con Infoeme su historia.
Hace un poquito más de 50 años, el 23 de diciembre de 1972. Un día antes de Nochebuena, a una semana de comenzar un año nuevo. Ellos sabían que querían estar juntos para toda la vida. Las puertas de la iglesia San José se abrieron y allí, con pasitos cortos, al ritmo de la marcha nupcial -que entonaba el mismísimo Alfredo Rossi-, vestida de blanco, Mirta caminó hacía el altar para encontrarse con Jesús.
Este amor de oro comenzó mucho antes de la boda. Se conocieron cuando ella tenía 15 años; eran vecinos. Jesús tenía su casa sobre Avenida Colón y veía pasar a Mirta, que venía desde Avenida Pellegrini, todos los días, cuando ella iba a la escuela. “Siempre la miraba”, reconoce él sobre aquella época mientras con sus manos sostiene un álbum de fotos.
“Mi papá me decía: ‘mirá que linda chica para vos’”, recuerda Jesús. Sí, fue su padre quien, antes de que comenzaran a conquistarse, profesaba ese amor. Sin embargo, él nunca se enteró de lo que pasó. Falleció tiempo antes.
Su primera salida fue al cine. Mirta cuenta que, como se acostumbraba en ese momento, salieron acompañados. “No nos dejaban salir solos, íbamos con mi hermana más chica, ella nos acompañaba”, detalla sobre las costumbres de la época.
Cuando ella cumplió 19, luego de la visita de un tío -que consultó la fecha de casamiento- propusieron el 22 de diciembre de 1972 para la unión civil y el 23 para la iglesia. Pasó un año y llegó su primera hija Andrea, después de 14 años -porque ella no podía tener hijos-, Jesús y luego Francisco. “Tenemos tres hijos, cinco nietos -una en camino- y tres bisnietos”, enumera orgullosa Mirta que comparte la emoción sobre cómo se enteró de la llegada de su última nieta.
Han pasado 50 años. Describen momentos lindos, viajes y mudanzas. “Por ahí alguna peleíta”, pero “con un gran trabajo en equipo”, definen. Ella, más parlanchina y con una dulzura en sus ojos lo mira y no se resiste a los halagos: “Él como papá y como pareja es increíble”. Al tiempo que él admite: “Se pasó rápido”.
Las bodas de oro, la fiesta y una sorpresa de los novios a la familia
El mismo 23 de diciembre pasado, pero 50 años después, Mirta y Jesús volvieron a decir: “Sí, quiero”. La magia comenzó en una reunión familiar, donde sus hijos y nietos propusieron celebrar este medio siglo de amor. Ella estaba ansiosa por comprar, programar y diseñar, sin embargo su hijo le indicó: “No mami, hay tiempo”.
La pareja sabía que sus hijos iban a planificar sorpresas para esa nueva unión, por eso, ellos decidieron pensar las suyas. Todo comenzó una tarde, poco antes de dormir siesta. “Nos fuimos a acostar a dormir y le pregunté a él: ‘Me podré poner el vestido de novia’ y él me dice ‘probá’”, recuerda Mirta que no dudó en buscar la caja y sacó su vestido blanco.
“Me lo puse y bueno, le faltaba un pedacito para prender, así que fui a la modista y lo arregló, después cuando fui a la tintorería había que lavarlo conservando la tela. Y sí, lo dejó precioso, impecable”, afirma la flamante novia.
El día de la boda fue caótico. Llovió torrencialmente, al punto que gran parte de la ciudad se inundó y, como si fuera poco, se cortó la luz del salón de fiestas y tuvieron que alquilar un generador, aunque Mirta se enteró al otro día de esta parte.
Llegó la hora de cambiarse para ir al altar por segunda vez y toda la familia estaba en su casa. “No se iba nadie”, cuenta entre risas y admite: “Yo había vuelto de la peluquería y nadie se iba y pensaba ‘hasta que no se vayan no me puedo cambiar’; me vieron peinada, pero no sabían qué me iba a poner”.
La única que conocía el secreto era su nieta, la más grande. Fue ella quien la ayudó a cambiarse y cuidó cada detalle. “Nueve menos cuarto avisaron que podía ir saliendo y en medio de una tormenta que amagó hasta último minuto volver a desprender un aguacero, se abrieron las puertas del salón para el ingreso de Mirta.
“Apagaron la luz de afuera y llegué yo. Mis hijas me habían preguntado qué me había comprado y les dije: ‘Una blusa y un pantalón’, cuando me vieron bajar empezaron a cuchichear: 'Ayy mamá me mintió se compró vestido' pero claro, de lejos no veían. Cuando me vieron entrar, pobrecitos, cómo lloraban de la emoción”, relata sobre la reacción de la familia al verla, después de 50 años, llegar al altar, con el mismo vestido.
Entre risas, felices de haber disfrutado del encuentro familiar en el que bailaron y, hasta jugaron al bingo con sorteos de canastas navideñas, Jesús bromea: “En esta fiesta no la pude levantar”. Ella, vaticinando este chiste, responde: “Qué malo que es” y cierra: “No sé si no me pudo levantar porque está viejo o qué, porque yo pesada no estoy”.