Hoy es lunes y me levanté convencido de que la semana va a ser distinta, mejor... Pero, a fuerza de realidad, mi ilusión se desvanece tan rápido como se agotan estas primeras líneas.
Para empezar, se me hizo tarde: el despertador de mi teléfono nuevo no sonó. Según parece, la batería no carga bien y los del servicio técnico dicen que tengo que esperar un mes y medio para arreglarlo porque no tienen repuestos.
La camisa nueva que lavé ayer encogió dos talles. Pero eso no me inmuta, igual no me la iba a poner. La plancha se me quemó durante el apagón de anoche y yo no soy de esos que salen arrugados a la calle.
Ahora estoy con dudas sobre cómo vestirme. Es que por culpa de la caída abrupta de la tensión eléctrica también se quemaron la radio, la tele y la compu, y no sé bien cuál es la temperatura afuera.
Antes de salir aprovecho para chequear un par de facturas. Como no tengo luz, intenté prender una lámpara a kerosene pero me quemé la mano. Me la vendé con papel higiénico: mi prepaga ya no atiende acá cerca por un problema con los aranceles.
Cuando abro la factura del celular, no sé si creer lo que veo. Mis anteojos no tienen la graduación exacta que necesito, en la óptica se equivocaron y a veces veo cualquier cosa. Pero por suerte no es eso. Chequeo con una lupa de juguete y, sí, es la misma cifra que vi al principio: 1000 pesos más que el consumo promedio.
Observo mi viejo reloj, el que trajo mi abuelo de Italia. Según parece, es lo único que funciona en la casa: son las 9.15 de la mañana. El día recién empieza.
Este comienzo de semana es más común de lo que imaginamos. No sólo por los habituales traspiés de lunes por la mañana, sino porque es posible que los ocho inconvenientes relatados no generen ningún reclamo de mi parte. Ya estamos acostumbrados, nos habituamos a no reclamar, a callarnos y a bajar la cabeza.
No es negocio reclamar si la mayoría de nuestras quejas terminan en la nada luego de una discusión telefónica de media hora con una chica de un call center a quien terminamos por reconocerle que ella “no tiene la culpa”.
Pero todo esto puede cambiar. Y de eso se trata esta columna semanal. Aquí vamos a aprender exactamente qué pedir para no caer en la olla de nuestra propia bronca. Pegar donde duele, sea ante un organismo administrativo, la Justicia o las redes sociales. Y saber que se puede y que la resignación es sólo para los que no saben.
¡Hasta mañana!
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Sobre mí:
Soy abogado (UBA) y periodista (TEA). Cursé especializaciones en Derecho Económico (UBA) y Perfeccionamiento Periodístico (UCA). Ejercí la abogacía en Tribunales (Juzgado Civil y Comericial 20, secretaría 40) y estudios jurídicos (vgr: Brons & Salas). Como periodista trabajé en el diario Clarín y la revista La Maga. En radio en Radio Mitre y Radio Libertad. En televisión fui guionista, cronista (CQC y El Rayo) y conductor (La Liga) en los canales de aire argentinos: 11 (Telefe), 13 y 2 (AméricaTV). Fui conductor de programas emitidos por las señales de cable History Channel y National Geografic. Fui docente de la carrera de comunicación en la UCA, la UB y TEA en la ciudad de Buenos Aires. Soy autor del libro Proteste!, editado por Planeta en 2013. Actualmente trabajo como periodista dentro de la Gerencia de Noticias de Canal 13, conduzco el programa Tiene la palabra junto a Luciana Geuna en TN y soy docente en la Escuela de Derecho de la Universidad Torcuato Di Tella.
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