Iban apenas cuatro minutos cuando Messi ya sacó la varita mágica y lo invitó a su amigo Lavezzi a meter el primer gol, abrir la semifinal y acallar todas las críticas. Apenas cuatro minutos y la Argentina ya le ganaba a Estados Unidos en una combinación perfecta, con el sello del mejor jugador del mundo.
Argentina salió con todo. Con tres mediocampistas claros: Augusto por derecha, Mascherano en el medio y Banega partiendo desde la izquierda. Delante de ellos, tres puntas, con Messi flotando cerca de Higuaín y el Pocho Lavezzi por la banda izquierda.
Con ese planteo le quitaba todo tipo de referencias a los defensores locales, que siempre corrían a destiempo, atrás de la pelota de los rivales. El equipo de Martino dominaba el ritmo, manejaba la pelota a su antojo y elegía a qué velocidad jugar. Y en ese escenario los momentos los decidía Lionel Messi, en una noche más de inspiración.
Leo superó el récord de Batistuta y se instaló como el máximo goleador de la historia de la Selección con una perla maravillosa. Un tiro libre perfecto, con rosca y potencia, que se clavó en el ángulo de Guzan.
Sobre el final otra vez el delantero del Napoli coronó una pared perfecta con Lionel Messi, que para ese entonces ya estaba disfrutando del partido y buscaba la mejor manera de dejar a sus compañeros cara a cara con el arquero.
Fue un festival de Argentina. Un partido redondo del equipo del Tata, que solo se puede ir preocupado por las lesiones de Augusto Fernández y de Lavezzi. Ni siquiera tuvo que intervenir Romero, como en los partidos anteriores.
Fue un solo de la Selección. El mejor partido, justo en la antesala del choque más importante. Ahora habrá que esperar por Colombia o por Chile. Con la tranquilidad del deber cumplido, con el andamiaje en marcha. Y con Messi como líder indiscutido.