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Jueves 28 de Marzo 2024 - 15:15hs
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Olavarría
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“Casi no queda con quién hablar nuestra lengua”

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Por Ceferino Lazcano

Víctor Hugo González Catriel es uno de los últimos descendientes de los legendarios caciques, junto a sus hermanas (Marisa, Patricia y Viviana) vivió su infancia en una casa con terreno ubicado donde luego pasaría la traza de la ruta 226; precisamente donde hoy se encuentra la rotonda de acceso principal a la ciudad, sobre Avenida Pringles. Como si el Progreso, en alianza con el destino se hubiese empeñado en correrlo de su lugar de origen.

Su madre se llama María Raquel Catriel; y su padre, Amalfi Maximiano González, se desempeñó como ferroviario.

Sus abuelos maternos fueron: María Farana (de Sicilia, Italia) y Cornelio Catriel, quien desempeñó tareas en el servicio penitenciario de Sierra Chica. Falleció de un infarto, luego de haber tenido un altercado con un interno.

Su bisabuelo, también llamado Cornelio Catriel, y casado con Nicasia Corvalán participó en la llamada Batalla de San Jacinto, viviendo posteriormente hasta los más de cien años.

Aquella batalla “se desarrolló en las inmediaciones de lo que es actualmente el Barrio AOMA; era un sector bajo, pantanoso. Allí se encontraban las tropas del Ejército. Los caciques Cipriano Catriel y Calfucurá, quienes se encontraban en las serranías ubicadas al Este/Sureste de esta zona, enviaron a algunos chicos de la tribu para aflojarles la cincha de las monturas a los caballos, mientras la tropa descansaba. Luego, procedieron a provocarlos, mostrándose a una distancia prudente. Cuando los uniformados fueron a montar sus corceles para defenderse y repeler el ataque, los caballos se tornaron inmanejables. De ese modo, aprovechando la confusión, pudieron obtener la victoria” recordó.

El bisabuelo de Víctor Hugo era hijo de Marcelina Catriel; y sobrino de Juan José, Marcelino y Cipriano Catriel.

Otra de las batallas que pueblan la historia regional es la batalla de Sierra Chica: “Esperaron a las tropas de Mitre entre dos pequeñas sierras, el ejército con sus caballos y sus armas de fuego debió pasar por una hondonada, que se convirtió en una trampa: sólo con arcos y flechas lograron diezmar y efectuar numerosas bajas al grupo de 600 soldados.”

Para la época de la batalla de Sierra Chica ya había finalizado la paz que reinó durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas; hasta 1852 las tribus pudieron convivir en una relativa tranquilidad, celebrando tratados de paz, amistad y comercio. En uno de estos tratados se les reconoció como propias, un territorio superior al millón de hectáreas, en los actuales partidos de 25 de Mayo, Tapalqué, Azul, Olavarría y hasta Arroyo Corto (actual partido de Saavedra).

“Cipriano Catriel vivía en el poblado del Azul, en una casa de material, pero visitaba las tribus” (las viviendas consistían en toldos rectangulares, confeccionados con cuero de guanaco, que en ese entonces era un animal muy frecuente en la zona. La construcción tenía un agujero en su centro, allí se hacía el fuego que permitía calentar el ambiente y cocer los alimentos).

Los tehuelches se destacaron en el adiestramiento y manejo del caballo; en platería, tejidos y cerámica.

Comerciaban directamente con los ingleses, a través de la Bahía de Samborombón. Hasta allí se acercaban los barcos extranjeros, mientras que las rastrilladas se dirigían hacia la costa en un trazado que se aproxima a la actual ruta 60; hacia el oeste, esta rastrillada se prolonga hacia el oeste, hacia Carhué, Salinas Grandes y la Cordillera de los Andes.

Provenientes de la Meseta de Somuncura, (en el límite de las actuales provincias de Río Negro y Chubut) donde en sus alrededores aún viven descendientes, los tehuelches eran grandes caminantes: recorrían toda nuestra zona a pie, antes de la llegada de los españoles. Luego, con la proliferación de los caballos, pudieron desplazarse de manera mucho más rápida, estableciéndose aquí por motivos comerciales.

“El poblado de Olavarría pocas veces fue atacado por los denominados malones” -esto lo atribuye Víctor Hugo González Catriel a posibles motivos religiosos por parte de las tribus- como si la zona hubiese tenido un especial sentido, una significación especial para los tehuelches: indicios que se reafirman con el hallazgo de instrumentos de piedra propios de las ceremonias religiosas, en algunos sectores de la zona, cercanos a la ciudad de Olavarría.

Según recuerda la historia que cuenta la muerte de Cipriano Catriel a manos de sus hermanos, es falsa: “fue una estratagema para dividir y generar odios entre los distintos caciques y tribus, hecha por el gobierno nacional; porque la forma de muerte (la cabeza cortada y exhibida sobre una lanza o una pica) era propia de las muertes perpetradas entre Unitarios y Federales”.

Una vez consumada la muerte de Cipriano Catriel, el Perito Francisco Pascasio Moreno se llevó su poncho y su cráneo. Luego de muchas idas y venidas estas pertenencias y despojos finalizaron en el Museo de Ciencias Naturales de Bariloche, exhibidos al público.

Por reclamos efectuados por la familia Catriel, el cráneo que hoy se encuentra guardado (no exhibido) en este Museo, será devuelto y repatriado próximamente.

También hacia Río Negro, precisamente a Colonia Catriel y Colonia Conesa, debieron desplazarse obligatoriamente los descendientes de Catriel, luego de la Campaña del Desierto, llevada a cabo por el General Roca.

Ciento cincuenta años después, el descendiente de los loncos o caciques que habitaron esta zona se lamenta: “casi no queda con quién hablar nuestra lengua, la cual se va perdiendo, porque somos muy pocos los que aquí en Olavarría quedamos. No se puede mantener una lengua, que con variaciones, sí perdura en otros lugares con comunidades mayores en cuanto al número de sus integrantes, Los Toldos, por ejemplo. Tampoco se pueden recrear las costumbres y ceremonias ancestrales, en una palabra, la cultura.

Catriel significa Ojo de Halcón, metáfora de la visión perfecta, sobre las serranías abarcando cada detalle de la pampa.

Paradojas de la historia: Moreno, el célebre Perito que da nombre a un glaciar en el sur argentino y a una Autopista en Capital Federal, que entre otras cosas cargó innumerables trofeos de guerra, coleccionista de huesos de la especie humana, colaboró con el también célebre médico y antropólogo francés Paul Broca. En sus investigaciones anatómicas y fisiológicas, este cirujano descubrió el área que lleva su nombre. Precisamente, donde reside el lenguaje en el ser humano.

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