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Mauro Szeta, especial para Infoeme
Eran las 7.30 de la mañana. En villa Tranquila sonaba la música de fondo. Se oían murmullos. El alcohol se tomaba en exceso, las drogas también.
De la nada, y sin explicación lógica, un pibe de 18 años arrancó a los tiros. Después se iba a saber que otro pibe le proveyó el arma.
La ráfaga de disparos fue descomunal, artera, despiadada, arbitraria. Tiros para todos. Los muertos fueron cuatro. Pudieron ser más.
Murieron jóvenes. Ninguno superaba los 27 años. La masacre, como toda masacre no tuvo, ni tendrá lógica. Tiró por tirar.
La explicación oficial fue que tiró porque estaba drogado y alcoholizado. Sólo el criminal sabe por qué lo hizo. La justicia debe encarcelarlo. El móvil, tal vez, sea siempre una incógnita.
Aún hoy, no se sabe por qué un policía mató a dos personas e hirió a 18 en un boliche de San Luis. Lo único que se sabe es que lo hizo.
Lo preocupante es que estas masacres inexplicables empiecen a ser cotidianas. Ahí sí necesitaremos saber por qué.